La democracia es deliberación y la diversidad de posiciones enriquece la vida pública. Pero el debate es una confrontación, nunca un enfrentamiento. Deliberar es confrontar opiniones, contrastar puntos de vista, comparar opciones. Al final, la mayoría decide; ésta es la regla fundamental del régimen democrático, el principio de mayoría, pero una vez que las minorías se han expresado y argumentado con razón los pros y los contras de la propuesta que se discute.
Debatir no es una pelea entre enemigos. Si una democracia pretende ser respetable tiene que ser creíble y debe por lo tanto respetar la sensibilidad política de la ciudadanía, a la que le disgusta que los representantes populares se insulten y se ofendan.
El debate en el Congreso del Estado de Chihuahua ha de ser de apasionado, pero de respeto mutuo. Aprender a disentir es un acto democrático que nada tiene que ver con el griterío donde todos hablan y nadie escucha.
Se ha reformado la Constitución Política de nuestro Estado con argumentos racionales. Nuestra intención ha sido la de fortalecer el régimen de partidos y no cerrar las puertas a la representación de las minorías. La pluralidad política de México debe evitar el riesgo de un bipartidismo que concentra la representación popular y también debe ajustar su composición a las condiciones sociales y demográficas de una comunidad que cambia, crece y se diversifica.
Por todo ello, rechazo cualquier forma de violencia verbal en un órgano que por definición es deliberativo, donde la razón puede ser ruidosa porque es real, nunca simulada. Pero el ruido democrático no puede ser rebajado a un pleito de callejón, pues entonces estamos faltando a la civilidad que nos exigen nuestros representados.
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